lunes, 17 de mayo de 2010

carta al amor que nunca fue:

Quería que supieras que siempre intenté estar ahí para ti, mi amor, que siempre intenté comprenderte. Siempre creí que entre los dos exisía una llamarada de pasión escondida; unas ganas locas de que ese ALGO, esa chispa, se concretara. Mi fortaleza de cariño que construí para ti me ha permitido soportar tus ocurrencias, tus vueltas; esas extrañas ecuaciones parabólicas llenas de incógnitas que tanto te gustaban. Pero poco a poco tus palabras y tus actos fueron erosionando mi fortaleza. Esas palabras que para mí eran un idioma completamente desconocido que empleabas para seguir reclamando más cariño; esos sentimietos tuyos que dibujabas frente a mis ojos con tanta rapidez que apenas podía captarlos. Podía sentir a mis sesos exprimirse y repartirse asquerosamente por toda mi alma; podía sentir cómo la bronca me revolvía el estómago y los jugos áidos me quemaban el esófago, mientras intentaba, en vano, entenderte. Poco a poco fui comprendiendo que tu juego sucio de hacerme creer que teníamos algo no era más que eso, un chantaje, una mentira. No había fuego entre nosotros; sino tus ganas locas de arruinarme el tercer trimestre y mis vacaciones. No había pasión entre nosotros, sino tu infaltable castigo al interrumpir mis momentos llibres recordándome con tu voz siniestra que tenía tarea. Por eso, matemática, termino contigo y con todas tus cuadráticas y tus logaritmos. Destrozas mi pobre corazón y lo dejas hecho trizas, así que ya no quiero verte. Tú y todos los dementes que andan contigo; Pitágoras y Tales, pueden olvidarse de mí para siempre. CHAU!